Por John Pint
En las zonas rurales de México hay majestuosas cascadas, ríos
serpenteantes y lagos formidables. Son el orgullo de la población local
y sus lugares favoritos para ir a comer carne asada un domingo por la
tarde.
Por desgracia, el agua de muchos de estos arroyos y lagunas está
contaminada y los locales que hacen un picnic en las cercanías lamentan
que están siendo contaminados por las aguas negras que se vierten en
ellos desde los pueblos y ciudades cercanos.
Cuando les sugieres que construyan una planta de tratamiento de aguas
negras, casi siempre te dan la misma respuesta:
"¡Ya tenemos una planta de tratamiento, sí señor! El gobierno construyó
una para nosotros hace 10 años, pero lamentablemente ya no está en
funcionamiento. El edificio está allí, en las afueras, cerrado y
abandonado".
Construir una planta, aprendí, es una cosa y mantenerla es otra muy
distinta. Una comunidad pequeña no puede permitirse los elevados costos
de su funcionamiento ni, menos aún, del sueldo de un experto para
dirigir el lugar.
Después de haber oído esta misma historia una y otra vez, me interesó
enormemente lo que un biólogo de la Universidad Autónoma de Guadalajara
me mencionó sobre el hecho de que existen técnicas para procesar los
desechos humanos utilizando estanques y flores, sin necesidad de
productos químicos ni maquinaria costosa.
"Existe", dijo el profesor José Luis Zavala, "una solución de baja
tecnología al problema de las aguas negras y la gente del campo puede
mantener estos lugares de tratamiento de aguas residuales por sí
misma".
Unas semanas después, me presentaron al Dr. José de Anda, del CIATEJ,
el Centro de Investigación en Tecnología Ambiental de Jalisco. Él y el
Dr. Alberto López-López (fallecido) desarrollaron un sistema pasivo
para el tratamiento de aguas negras utilizando un humedal construido,
el cual, demostraron en 2018, fue capaz de reducir los contaminantes
orgánicos y los recuentos de coliformes hasta llegar a las normas
ambientales nacionales.
De Anda me llevó al pequeño pueblo de Atequizayán, Jalisco, ubicado
cerca de Ciudad Guzmán, a 100 kilómetros al sur de Guadalajara.
"Con la colaboración de la población local, hemos construido un sistema
de demostración del procesamiento de aguas negras, utilizando lo que se
llama un humedal construido", dijo de Anda.
Antes de llegar a Atequizayán, había imaginado que el humedal que iba a
visitar sería una especie de pantano extendido a lo largo de varios
kilómetros.
Para mi sorpresa, la planta de tratamiento de demostración consistía en
un pequeño edificio junto a lo que parecía una cancha de tenis cubierto
de arcilla, aunque sin la red.
"¿Dónde está el agua?" pregunté a de Anda.
"Debajo de lo que tú llamas cancha de tenis", respondió. "Pero la
superficie roja que estás viendo no es arcilla, es un lecho de pequeñas
rocas volcánicas, llamadas tezontle".
Tezontle es la palabra mexicana para una roca volcánica con
innumerables agujeros pequeños formados por burbujas de gas. El
tezontle (escoria para los geólogos) se encuentra desde Jalisco hasta
Veracruz y es prácticamente la roca más barata que se puede encontrar
en México, muy utilizada para la construcción de carreteras.
"¿Quieres decir que este pequeño edificio, más una piscina llena de
tezontle, es capaz de procesar las aguas negras originadas por 800
personas?"
"Sí", respondió de Anda. "Antes de que instaláramos esta planta de
demostración, Atequizayán no tenía ningún tipo de sistema de
tratamiento de aguas residuales. Todas sus aguas negras iban por un
canal que, por desgracia, iban directamente a La Laguna de Zapotlán.
"Lo que tiene de especial este método de tratamiento de aguas negras”
-continuó de Anda- “es que no utiliza energía. Lo llamamos una solución
basada en la naturaleza y hemos estado trabajando en ella durante 10
años. Es una combinación de procesos anaeróbicos y un humedal. No está
del todo completo, ya que lo pusimos en marcha hace sólo siete meses y
aún tenemos que plantar flores en el humedal, que absorberán el exceso
de nutrientes que aún hay en el agua tratada, pero el sistema que ves
aquí ya está eliminando con éxito la mayor parte de los compuestos de
carbono que contaminan el agua."
De Anda me llevó a visitar las instalaciones. Empezamos en un extremo
del edificio, donde una mezcla de aguas residuales y el drenaje del
pueblo fluye a través de rejillas metálicas que atrapan las rocas hacia
un sumidero que atrapa la arena. A continuación, las aguas residuales
se bombean a una fosa séptica y de ahí a un curioso filtro anaeróbico
de flujo ascendente o biodigestor, que no es más que un gran contenedor
lleno de tezontle.
Aquí ocurre algo sorprendente. Se elimina la materia fecal de las aguas
negras, mediante un sistema completamente natural.
"La piedra de tezontle", explica de Anda, "es muy especial. Tiene una
gran superficie, tanto en el interior como en el exterior, porque está
llena de agujeros. Cada metro cúbico de tezontle representa cerca de
300 metros de superficie activa. Y esta superficie resulta ser el
hábitat de una gran cantidad de bacterias que trabajan en favor de la
descomposición de los contaminantes que hay en las aguas residuales.
Así que estas bacterias benéficas, literalmente atrapan los
contaminantes y los utilizan en su favor. Además, el tezontle también
tiene la capacidad de absorber algunos metales y contaminantes por lo
que esta roca volcánica es realmente extraordinaria".
"¿Con qué frecuencia hay que cambiar el tezontle?" le pregunté.
"¡Ah!... ¡funciona durante años! Una vez que tienes las cosas
preparadas, puedes estar seguro de que estas rocas de escoria te darán
servicio durante al menos treinta años sin necesidad de utilizar
ninguna energía para tratar las aguas residuales”.
El biodigestor es el lugar donde se produce todo esto, me dijo de Anda.
Aquí trabajan las mismas bacterias que tenemos en nuestro propio
sistema digestivo. Mientras las aguas negras pasan por el biodigestor,
entre el 70 y el 80 por ciento de sus contaminantes se transforman en
compuestos respetuosos con el medio ambiente.
"A continuación", continuó el investigador, "para que estas aguas
negras parcialmente procesadas cumplan con las normas nacionales
mexicanas de aguas residuales purificadas, necesitamos un humedal
construido".
Para mí, este "humedal construido" podría parecerse a una piscina
olímpica, aunque con sólo 70 centímetros de profundidad, y
completamente llena de rocas volcánicas del tamaño de un limón. También
contiene agua que fluye del biodigestor, por supuesto, aunque
alcanzando la altura máxima de 60 centímetros, lo cual significa que la
alfombra de rocas está seca en la superficie y se puede caminar sobre
ella sin hundirse.
El proceso de depuración se completa a medida que el agua se desplaza
por las rocas, "simplemente con la ayuda de las bacterias que se
encuentran en el entorno", dice José de Anda.
Aquí, el agua será oxigenada por las plantas. "Podríamos utilizar
juncos o espadañas", dice de Anda, "pero preferimos utilizar plantas
ornamentales como el Agapanthus africanus (agapando), la Canna indica
(tiro indio) o la Clivia miniata (lirio de Natal), que tienen tanto un
valor estético como de mercado".
Un jardinero inteligente, por supuesto, podría crear un hermoso diseño
aquí mezclando flores y colores.
El agua oxigenada que sale del humedal es cristalina, huele a tierra
mojada y puede utilizarse para criar peces o regar plantas de maíz,
sorgo o aguacate, por ejemplo.
El costo de la construcción de esta instalación fue de unos tres
millones de pesos, una cantidad similar al costo de una planta de
tratamiento tradicional. "Pero", dice de Anda, "una vez que la tienes,
los costos de su funcionamiento y el material son insignificantes, y no
necesitas contratar a ningún científico para dirigirla".
Esperemos que en los próximos años los mexicanos empiecen a ver menos
contaminación en el agua y más agapandos en su hermoso país.
Text and Photos © 2021 by John & Susy Pint unless
otherwise indicated.
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