¿A DÓNDE SE FUERON LAS AVES DE NUESTRO VECINDARIO?
Texto, John y Susy Pint. Fotos, John Pint y Jesús Moreno, 2013
“Desde hace cuarenta años, sin fallar, una gran cantidad de aves, desde calandrias, bienteveos, tangaras, mulatos y muchos otros, se acercaban a los comederos que hemos tenido en el patio de atrás de nuestra casa. Pues este año… ¡nada! Y ha sido un desperdicio poner ahí semillas que nadie se comerá”. Con desilusión nos comenta nuestro vecino, el profesor Santiago Gómez.
A su voz, se han unido las de otros vecinos que han notado lo mismo, incluso nosotros que, entre otros árboles frutales, tenemos un níspero y una higuera que, anualmente, se llenan de frutos. Como en el caso de los comederos del profesor Gómez, con el mismo amor, año tras año, nuestros árboles recibían a todas estas aves. (¡Qué deleite era verlos ir de una rama a otra devorando vorazmente los frutos!). Aunque en menos cantidad, los únicos que por fortuna no faltaron en la higuera, fueron los mulatos. Y, en cuanto a los nísperos, los que se encargaron de compartir con nosotros los deliciosos frutos fueron las ardillas trepadoras, que, también por primera vez, se deshacían en busca de esa comida, aparentemente nueva para ellas. Por supuesto, ellas también nos deleitaron con su simpatiquísima presencia, aunque ¡cuánto extrañamos a los pájaros!
Pero ¿qué sucedió con esas aves? ¿Por qué, y a dónde se fueron? (o, posiblemente, podría también caber la pregunta: ¿por qué huyeron?). Un fenómeno relativamente reciente en nuestro fraccionamiento, Pinar de la Venta (que se encuentra en lo que se podría decir la parte sur del bosque La Primavera), es el uso de las sopladoras (también conocidas como barredoras de aire y espantahojas) que funcionan a base de gasolina. El ruido que producen estos aparatos es verdaderamente ensordecedor; y aunque no pretendemos asegurar que la ausencia de las aves se deba a ellas, la verdad es que sí que es posible ponerlo en tela de juicio ya que hay estudios que se han realizado por expertos, en los cuales se demuestra que los ruidos de éstas y otras máquinas similares, utilizadas en el mantenimiento de jardines (como lo son las podadoras a gasolina) han sido la causa de que haya aves que se han alejado de ambientes que habían adoptado. En un artículo en la revista Stanford Magazine, el naturalista Peter Steinhand asegura que entre las 836 especies de aves en Estados Unidos, muchas han desaparecido. Buscando la razón, científicos de la universidad de Sheffield, Inglaterra, atribuyen la causa justamente a esas máquinas.
Pero ¿de dónde salieron las sopladoras?
Éstas fueron inventadas por ingenieros japoneses en los años 70 y pronto se introdujeron a Estados Unidos, Canadá y, claro, al resto del mundo. Pronto, sin embargo, se prohibieron en las ciudades californianas de Carmel-by-the-Sea y Beverly Hills, debido al ruido extremo que producen. Luego, se popularizaron en otros países, incluyendo México. Pero mientras que en algunos países se utilizan dos o tres veces al año (y para trabajos de gran magnitud), los jardineros mexicanos las hacen trabajar varias veces a la semana sobre todo en jardines de casas particulares. Por fortuna, cada día se restringe más su uso —aunque, por desgracia, todavía no en México. En más de 200 ciudades en Estados Unidos y Canadá (que incluyen Los Angeles y Vancouver) no sólo se han prohibido sino que se han declarado ilegales por el hecho de que son un peligro para la salud y para el medio ambiente. En Suiza, igualmente, están totalmente prohibidas. Y todo esto no por razones ilógicas o inventadas. Veamos: en sólo media hora de uso, uno sólo de estos aparatos produce la misma cantidad de contaminantes que produce un vehículo que se maneja en carretera 12,392 kilómetros (¡el equivalente a tres viajes de Tijuana a Mérida!). Luego: estas máquinas arrasan con todo tipo de materiales tóxicos como lo son pesticidas, bacterias, esporas, excrementos de perro, roedores y otros animales —en México, incluso de humanos—, residuos de vehículos (como aceite, líquido de frenos, gasolina, etc.), asbestos, etc. etc. Y, obviamente, dicho polvo no desaparece, sino que se dispersa en grandes distancias. (En otras palabras, ¡transeúntes y vecinos nos vemos obligados a respirarlo!). Por otra parte, los contaminantes del motor de las sopladoras contribuyen nada menos que al nefasto Efecto Invernadero. Y, hora, vayamos a la cuestión del ruido. Estos aparatos producen entre 80 y 90 decibeles (dB). Ochenta y cinco es considerado ya altamente peligroso al aparato auditivo. Está muy bien documentado que el hecho de exponerse a más de 85 dB, gradualmente conduce a la pérdida total del oído.
Competencia entre una Abuela y las Sopladoras
Antes de que las sopladoras se prohibieran en Los Angeles, los jardineros alegaban que hacer ese trabajo manualmente tomaba más tiempo que hacerlo con dichos aparatos. El Departamento de Agua y Luz (Department of Water and Power) llevó a cabo varios experimentos para ver si eso era o no verdad. El que los llevó a tomar la decisión final fue éste: Diane Wolfberg —una abuela de casi sesenta años— se ofreció para dicho experimento. Utilizando simplemente escoba metálica (o araña) y escoba común, Diane realizó la limpieza de una rampa de 20 metros, cubierta de hojas de pino y basura en menos tiempo (¡y sin mandar ningún polvo tóxico al aire!) de lo que, en un espacio similar, se hizo con una sopladora. Interesante, ¿verdad?
Para celebrar el Día de la Tierra, durante el equinoccio de marzo pasado un grupo del Moore Park, en Australia, pidió al público deshacerse de esos aparatos y utilizar los que operan con electricidad; o, aún mejor: regresar a los medios tradicionales. Y, volviendo al tema de las aves de nuestro fraccionamiento, aunque las sopladoras no sean las responsables de su ausencia, a lo mejor de todas formas valdría la pena buscar medios menos agresivos a los humanos y al medio ambiente para la limpieza de nuestros jardines. Diane Wolfberg nos demostró que eso es posible.
Profesor Santiago Gómez