por Susy Pint
Cuando
mi esposo, John Pint, y yo, vivíamos en Dhahrán, Arabia Saudita, viví
una experiencia… mágica, diría, con Rococó, una cacatúa blanca, de
cresta amarilla (Cacatua
sulphurea).
El dueño de esta hermosa criatura era nuestro vecino, John Burchard. La
historia comienza una tarde cuando él caminaba con Rococó al hombro,
cerca de nuestra casa. Maravillada, intenté acercarme a ellos pero, al
notarlo, Rococó comenzó a hacer unos ruidos horribles, a la vez que
abría las alas y paraba la cresta.
John
me aconsejó no acercarme, pues Rococó odiaba a las mujeres y a los
extraños. Tiempo después, John y su esposa, Uta salieron de vacaciones
y dejaron a Rococó y a una pareja de loritos a nuestro cuidado. La idea
pudo haberme alegrado pero me sobresaltó, ya que en ese momento entendí
que, así como Rococó me temía, yo también había aprendido a temerle a
él. Me pregunté, por ejemplo, si estando en mis casa, un día me
mordiera con su enorme pico. ¡La idea no me gustó nada! De todas
formas, los loros se quedaron en casa, aunque las dos jaulas alejadas
una de la otra.
Por supuesto, mi esposo,
John, se encargó del cuidado de Rococó, y yo
de los loritos. Al irse a su trabajo, mi esposo se aseguraba de que la
jaula de Rococó quedara bien cerrada aunque, una mañana, no se percató
de que la jaula había quedado abierta y Rococó se fue directo a la
jaula de los loritos, por supuesto, a acosarlos.
Asustada, me pregunté
qué hacer para alejar a Rococó de los loritos.
Busqué varias opciones pero entendí que la única solución lógica
tendría que ser realizar un contacto mental con él… ¡y lo logré! Pues,
desde ese momento, Rococó y yo iniciamos una amistad entrañable.
Es una larga –y
hermosa-- historia pero, si quieres conocerla bien, la
encontrarás en el libro Una Mexicana en Arabia. La historia se
encuentra en el capítulo XV, y el título es Amistad, Divino Tesoro. Mi
amor por Rococó era tan grande, que un día escribí un poema, y el tema
es una historia de viajes con él –yo, convertida en cacatúa, claro--.
Dado que viví en varios países, en donde conocí a algunos animalitos,
presento a Rococó con esos amigos y él hace amistad con todos.
Desgraciadamente, el poema vino a mi mente en inglés, pues quería que
John Burchard conociera –y entendiera-- el poema. A ver qué te parece.
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