Por Susy Pint
Los días, las semanas, los meses pasaron y yo... ¡cuánto... ¡cuánto!...
disfruté la presencia de esos cuatro personajes: Pavarotti y Luciana,
el zorzal (a quien terminé llamando Zorzalino) y el momoto (Momoto). Y
hablo en tiempo pasado porque hubo cambios bastante radicales en la
historia:
Poco antes de que las luvias comenzaran en el año 2020, Pavarotti y
Luciana tuvieron tres polluelos. Y supimos que eran tres sólo con el
tiempo, pues la verdad es que no sabíamos cuántos podrían ser. Lo único
que siempre fue claro es que Pavarotti fue un súper-papá: entre alegres
cantos llegaba por trocitos de papaya y plátano. Raras veces comía él
un poco. Evidentemente, lo primero para él eran sus pequeños: se
llenaba el pico de fruta y, cantando sin cesar (¡y con la fruta dentro
del pico mientras volaba!), la llevaba a algún árbol cercano en donde
lo esperaban los polluelos. (Si es así como sucede con todas las aves
en la naturaleza... ¡qué impresionante!). Finalmente, comía él también.
Luciana era muy diferente: llegaba solo a comer, terminaba y se iba. Un
par de semanas después se escuchó el piar de los bebés entre las ramas
del mango (que se encuentra a sólo unos pasos de donde pongo la fruta),
aunque era imposible verlos. Días después, dos de ellos tímidamente se
posaron en las ramas del obelisco, que está frente al mango, es decir
muy cerca del lugar de la fruta. El otro se quedó entre las ramas del
mango, aunque se podía escuchar su dulce piar. Fue sorprendente notar
que los pequeños eran más grandes que los papás (aunque posiblemente el
plumón los hacía parecerlo), y de un color cafesoso, es decir que ¡no
había nada de azul en ellos! Y, claro, siempre cantando, Pavarotti
bajaba y tomaba fruta que ofrecía a uno y luego al otro. (¡Escenas que
nunca olvidaré!). Luciana, en cambio, totalmente ignoraba a los
pequeños, lo cual me pareció un poco raro. En una ocasión, estaba ella
comiendo cuando uno de ellos bajó a su lado y se le acercó abriendo el
pico. En lugar de darle fruta, ella le metió un picotazo dentro del
pico. El pobre chiquito se alejó entre gemidos y Luciana se alejó. Fue
de verdad terrible observar la escena. Aunque lo que ésto me dijo fue
que, obviamente, la misión de Luciana, como madre, había terminado en
algún momento luego de empollarlos y cuidarlos cuando eran muy
pequeños. Quien posteriormente se encargaría de su cuidado debía ser el
padre y ¡con cuánta dedicación y amor lo hizo!
Unas semanas más tarde los pequeños habían decidido independizarse,
pues sólo Pavarotti y Luciana venían como siempre, dos o tres veces al
día: durante la mañana, al medio día y antes del atardecer, anunciando
su llegada con hermosos (¡y muy fuertes!) cantos de Pavarotti. Muy
pronto Luciana no regresó y Pavarotti hizo un cambio muy drástico: días
después también él desapareció totalmente. La idea de que lo hubiera
devorado algún gato, de los que -aparte de perros- ahora tanto abundan
en nuestro bosque, me devastaba. Por fortuna, unas dos semanas más
tarde pude desechar esa idea: como tantas veces lo hizo, llegó a su
rama favorita en el roble, como siempre: entre bellos cantos. ¡Sí! ¡era
él!... ¡Qué alegría verlo de regreso! Aunque... bueno... su regreso
duró sólo una visita, pues no volví a verlo sino hasta unos días más
tarde... y sólo durante el par de minutos que le llevaba comer.
Igualmente, sus hábitos cambiaron en cuanto a lo que siempre fue "su
territorio", pues no se veía por aquí, como antes. ¿Dónde andaría? ¿por
qué decidió cambiar sus espacios? Mis llamados ¡Pavarotti! ¡Pavarotti!
eran totalmente ignorados. A mis intentos por encontrar una respuesta,
llegaban todo tipo de explicaciones. Unas, por supuesto, parecían de
telenovela, y la que me pareció más cercana a la realidad fue que, dado
que él había sido "marido" y "papá" primerizo, lo hizo... madurar,
diría. Y dado que era también claro que los mulatos no hacen pareja
para siempre, como sucede con otras aves, ¡era libre para ir a explorar
otros territorios! Y así, otro par de semanas más tarde, Pavarotti
llegó a donde siempre y en cuanto salí, como siempre, aumentó el
volumen a sus cantos. Luego, claro, continuó nuestra consabida
"conversación": él, entonando pequeñas tonadillas y yo... dizque
tratando de imitarlo. La verdad, no sé si es tanto que le agraden mis
remedos, aunque, lo curioso es que, si me detengo, él también lo hace,
y no baja a comer sino hasta que se termina la "conversación". Tener
siempre preparada la fruta, por si acaso viene, es parte de mi rutina.
¡Y qué hermoso es observar la expresión de felicidad en su carita
cuando llega!, lo cual actualmente sucede cuando está prácticamente
oscuro. Perdido entre las hojas del roble, parece una pequeña sombra.
Sólo en algunas ocasiones ha venido por la mañana o al medio día.
Total, él ahora viene... cuando viene, y sus visitas son siempre
sorpresas que, como a la niña que fui hace tantísimos años, me hacen
saltar de alegría. Y aunque sé que a lo mejor no lo veré durante días,
me emociona pensar que en algún momento aparecerá y, aunque sé que la
visita durará sólo unos cuantos minutos, ésta se anida muy dentro de mi
alma.
En ocasiones, cuando llegaban Pavarotti y Luciana con los polluelos, no
de muy buena gana soportaban la presencia de Momoto, sobre todo
Luciana. De hecho, en un momento dado tuve que correrlo, pues durante
las raras ocasiones que fue aceptado por la pareja, se dejaba ir contra
Luciana, que huía horrorizada. Luego, se dejaba ir contra los otros.
No, la presencia de Momoto no era nada deseable. Utilizando un
atomizador que lanza el agua terriblemente fuerte, a la vez que le
gritaba ¡Momoto, no! ¡Momoto, no!, logré ahuyentarlo y terminó
aceptando que no era bien recibido. Las ocasiones cuando se ha atrevido
a presentarse, ya no necesito tirarle agua con el atomizador, sino que
simplemente le grito ¡Momoto, no! ¡Momoto, no! No sé si él realmente
entiende la frase, o es el tono de la voz lo que lo convence, pero es
muy bueno no tener que preocuparme tanto. Y aunque ahora se le puede
escuchar entre los árboles, difícilmente se acerca cuando están los
otros dos. De Zorzalino me encariñé enormemente y de verdad me duele no
verlo como antes, pues es un pequeñín adorable. Ahora viene sólo de vez
en cuando y, por alguna razón, a veces llega al mismo tiempo que
Pavarotti. Y, en cuanto a Momoto, aunque me deleitaba con sus colores,
con su belleza, debo decir que no lo extraño.
Qué bello es recordar los momentos cuando, siempre cantando, Pavarotti
llegaba buscándome, en ocasiones ya no en la rama del roble sino
todavía más cerca: se posaba encima del cilindro de gas que se
encuentra afuera de la cocina, a un lado de la puerta; o también a la
orilla del lavadero, desde donde fácilmente se puede ver hacia adentro,
como riñéndome por no atenderlo pronto. Y aunque ya no acude a mis
llamados como antes lo hacía y, en suma, Pavarotti se ha convertido en
un misterio, las veces que lo he tenido aquí, son preciosos regalos.
Igualmente delicioso es escuchar los melodiosos conciertos que
ocasionalmente nos ofrece entre las ramas de los cipreses frente a
nuestra casa o en la araucaria al lado de la terraza, imitando las
voces de otras aves o inventando nuevas tonadillas. Pero, ¿no será que
Pavarotti viene aquí sólo por el interés en la fruta?, más de alguno de
ustedes se preguntará. Bueno, aunque es posible que haya algo de eso,
existen razones que nos llevan más allá: hay ocasiones cuando, al
avisarme que llegó, salgo con la fruta y, como siempre, mientras
"charlamos" va de una rama a otra, pero en lugar de bajar a comer la
fruta que le muestro... ¡se va! Por qué lo hace? Los expertos podrán
tener sus explicaciones, sí, pero la mía es que, Pavarotti, algunas
veces simplemente viene porque le gusta "platicar" conmigo. En otras
palabras: disfruta mi amistad. Algo también muy interesante, creo, es
que, los momentos cuando yo no he estado y tengo más o menos una idea
cuando estará él aquí, y le he pedido a alguien venir a esperarlo con
la fruta, aunque esos amigos o familiares lo vieron volando muy cerca,
él simplemente no se acerca a comer. En otras palabras, es claro que
sólo llega cuando yo estoy. Y, como éstas, tantas otras pequeñas
historias que se relacionan con la razón por la que Pavarotti se ha
metido tan hondo dentro de las cosas bellas de nuestras vidas. Y, tan
es así, que en una ocasión íbamos John y yo al banco bastante callados.
Como había perdido yo su tarjeta de débito, él tenía que ir conmigo
para recuperarla. Nuestro estado de ánimo, por lo tanto, era bastante
deplorable. Encendí la radio del auto y un cantante de ópera acaba de
interpretar O Sole Mio. "Han escuchado ustedes O Sole Mio interpretada
por el tenor Luciano Pavarotti", dijo la locutora. Nuestra reacción fue
instantánea: abriendo sendos ojos, y con una sonrisa de oreja a oreja,
viéndonos uno al otro los dos gritamos a la vez: John: "¡Tu
Pavarotti!", yo: "¡Nuestro pollo!". Nuestro estado de ánimo hizo un
giro total. La figura de ese adorable personaje obviamente vino a
nuestras mentes, recordándonos tantas escenas maravillosas vividas con
él. Y, dentro de ese marco, la visita al banco resultó otra aventura.
Cuando recuerdo y repaso esta historia desde sus principios, viene a mi
mente esa realidad que tan fácilmente se nos escapa: que la vida
contiene un sin fin de tesoros capaces de ofrecernos algo nuevo, fresco
y bello. Los elementos de mi historia son como una poesía visual, son
como una sinfonía cuyas notas se deslizan entre los colores del bosque,
en medio de todos esos personajes en movimiento, no sólo aves sino
también mariposas, libélulas, bichos de todas formas y matices. Y, muy
clara, viene a mi mente la novena sinfonía de Beethoven cuyo primer
movimiento es como el anuncio de algo especialmente grandioso y
emocionante que viene en camino. Obviamente, el cuarto movimiento -la
Oda a la Alegría- interpreta primorosamente la historia misma,
comenzando por el momento en que Pavarotti llegó a ofrecerme su
amistad; y aunque las cosas han cambiado, de todas formas él y yo
continuamos conectados. Este pensamiento me lleva igualmente a otra
realidad: que, como la energía que somos, como el todo que somos,
estamos conectados no sólo con la naturaleza en nuestro Planeta Azul
sino con la infinidad del Universo.
Text and Photos © 2021 by John & Susy Pint unless
otherwise indicated.
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