Por Susy Pint
Pavarotti alimentando a uno de los tres polluelos de la única generación que sobrevivió.
Después de cuatro meses de ausencia... ¡Luciana regresó! Y esto
justamente sucedió el 15 de febrero de 2022. (Prácticamente el Día del
del Amor). ¡Qué alegría inmensa verla de nuevo! Sí, por la mañana, como
siempre, Pavarotti y ella llegaron en busca de fruta. Pero... ¿y cómo
sabía yo que la hembra que acompañaba a Pavarotti era Luciana?
Simplemente porque ella se portó como siempre, cuando llegaba con
Pavarotti: se posó en la rama del roble... como siempre, al mismo
tiempo que Pavarotti, en la icónica rama torcida del obelisco. Si
hubiera sido otra hembra ¡jamás se habría acercado con aquella
facilidad, estando yo a unos cuantos pasos de ella! Esto también, creo,
era una muestra clara que, después de todo, parece que los mulatos sí
hacen pareja para siempre.
Y aquí está la historia de lo que ha sucedido desde entonces
hasta ahora (octubre de 2023):
A mediados de abril (2022) el momento llegó para hacer llegar una nueva
generación. Verlos a los dos, como siempre lo hicieron, era
maravilloso, aunque, ya para esos momentos, normalmente Pavarotti
llegaba solo y, claro, siempre regresaba a donde Luciana lo esperaba
con fruta en el pico. Como a Pavarotti, también a mi me emocionaba
pensar en los nuevos polluelos. Y volver a verlo cuidar de ellos
con aquel amor, me hacía muchísima ilusión. ¡Imaginaba ya las hermosas
escenas! Pero sucedió algo terrible que vino a destruirlo todo:
Una mañana llegó el jardinero con dos bolitas del tamaño de un huevo,
cubiertas de plumón azul oscuro (que es el color del plumaje de los
mulatos azules). "Son los hijos de Pavarotti", me dijo, mientras me los
entregaba. Casi sufrí un desmayo. ¿Dónde estaban? ¿dónde los
encontraste? le pregunté totalmente ofuscada. Y... ¿cómo sabía él que
eran "los hijos de Pavarotti"?. "Los hallé por ahí", me dijo. No quise
saber más. Entré con ellos, pegados a mi pecho, haciéndome mil
preguntas. Y ver de pronto a la familia de esos seres tan amados,
destruida en cuestión tal vez de minutos, es algo para lo que
simplemente no tengo palabras. Obviamente, los polluelos no saltaron
del nido sino que alguien lo había tirado. Por supuesto, el jardinero
juró que él no lo había hecho y, a quien haya sido, nunca se lo
perdonaré. Aunque lo que realmente importaba en esos momentos era lo
que continuaría para tratar de ayudar a los pequeñitos a salir
adelante. Mientras tanto, Pavarotti y Luciana pasaron el día
buscándolos; yendo de un lugar a otro; Pavarotti haciendo cantos muy
fuertes que, obviamente, eran gritos de dolor. Luciana, aunque
silenciosa, iba y venía desesperadamente. También yo podía sentir su
pena.
Considerando que son aves insectívoras y frugívoras trajo a mi mente
montón de preguntas, pues era obvio que íbamos a tener que intentar
criarlos John y yo. Nuestro amigo, Rodrigo Orozco, nos guió en esos
primeros pasos, proporcionándonos, además, tenebrios y grillos de su
tarantulario. Nos indicó también cómo hacer para que los pequeños
aprendieran a "cazarlos". Improvisamos como jaula una cesta de ropa.
John buscó unos palitos que pusimos dentro en forma horizontal, los
cuales rápidamente adoptaron como perchas. Y, pronto también, bajaban a
"cazar bichos". Verlos actuar de una manera tan "natural", vamos, nos
llevó a reflexionar sobre lo que es el instinto de supervivencia en los
seres vivos: la fuerza... la fortaleza que implica. La fruta, en
cambio, sí teníamos que dárselas en el piquito, para lo cual
utilizábamos una pinza para sacar cejas. Fue también muy notoria la
diferencia entre uno y otro. El más pequeño resultó muy activo. Subía y
bajaba haciendo siempre los ruiditos que se escuchan en los polluelos
de aves. ¡Muy gracioso! El otro, en cambio, era bastante silencioso y
bajaba de vez en cuando, regresando pronto a la percha, lo cual no me
pareció muy normal, por lo que tenía que monitorearlo constantemente.
Cuando llegaba su hora de dormir, ponía la cesta en el cuarto donde
guardamos cosas que no se utilizan en la vida diaria, en un lugarcito
que podía mantenerse oscuro. Antes de ir a dormir, me asomaba a verlos
con una linterna y,así, asegurarme que estuvieran dormidos. Aunque les
había acondicionado una pequeña cesta como nido, preferían dormir en
los palitos. Como eran tan pequeñitos, estaba segura de que jamás se
les iba a ocurrir saltar de la cesta, ya que estaba bastante alta, y es
por eso que no la cubría. Me equivoqué. Solo unos días mas tarde, una
noche, cuando fui a checar... ¡el más pequeño no estaba! ¡¿Cómo pudo
haber saltado esa distancia?! (¡imposible creer que lo había logrado!).
Fue, sin embargo, muy fácil localizarlo por los piares que producía.
Estaba debajo de unos artículos de campamento que estaban guardados en
el suelo, cerca de la jaula. Lo tomé y lo puse en "el nido" y ahí se
quedó, aparentemente tranquilo. Cubrí la cesta con un trozo de tul y me
fui a dormir esperando que las cosas resultaran bien, pero no fue así.
El pequeño amaneció muerto. Claro, desde ese día cubría la cesta con
una tela de malla incluso durante el día. Chip (que es el nombre que
dimos al sobreviviente), pronto mostró problemas: empezó a cojear.
Habían pasado unas dos semanas. Hablamos con nuestra amiga, la bióloga
Karina Aguilar, quien trabaja como Gerente de Conservación y
Mejoramiento al Ecosistema en el CMC (Centro de Conservación de Vida
Silvestre Urbana), que se encuentra en el Parque Agua Azul. Con enorme
cariño nos ofreció llevarlo ahí para que lo revisara el Mvz Edgar
Ramírez, jefe de dicho Centro. El valiente Chip resistió una semana con
Edgar y Karina, pero con todo y los cuidados que durante las 24 horas
se le dieron, murió él también. La verdad, nuestros respetos por esos
profesionistas impresionantes que se dedican a tratar de salvar la vida
de fauna silvestre que, en casos como ahora, con el pequeño Chip,
llegan ahí por situaciones que, simple y sencillamente, no deberían
ocurrir. Y haber vivido este trágico suceso en carne propia, me dejó
una huella terriblemente dolorosa.
(Mediados de junio, 2022)
Con los días, Pavarotti y Luciana mostraron cómo la vida continúa: me
maravilló ver a Luciana volar hacia su territorio --en la parte de
atrás de la propiedad--, con ramitas en el pico. Obviamente, ella y
Pavarotti estaban construyendo otro nido para intentar otra nidada.
Todo parecía indicar que sí lo lograrían, pero a fin de cuentas no fue
así. De todas formas, como siempre, los dos venían en busca de fruta
varias veces al día. Y la vida siguió su curso en medio de detalles que
me mostraron tanto sobre la vida de esa especie.
En una ocasión, por ejemplo, estando yo en la cocina, escuché entre las
ramas del roble y el mango cantos y piares de mulatos jóvenes. Eran
tres. Aunque con precaución, para no asustarlos, saqué fruta, la puse
en donde siempre, y entré a la cocina para observarlos tras la malla de
la puerta. Un mulato adulto venía con ellos, y era obvio que él sabía
cómo eran las cosas relacionadas con la fruta en ese lugar. Como no se
asustó con mi presencia, me pregunté si era Pavarotti, pero ¡era
Luciana! Ella los había conducido a este lugar en donde podían
encontrar rica fruta. Uno después de otro, bajaron. Cuando se fueron,
me pregunté si regresarían, pero no fue así. De todas formas, me
sorprendió el hecho de que Luciana los había encontrado, con hambre
seguramente, y fue por eso que los trajo aquí. Como todo mundo, yo
también sabía de casos de especies adultas protegiendo a pequeñitos
huérfanos o abandonados, pero esta fue la primera vez que tuve el
privilegio de vivir el caso de un ave que, además, era prácticamente
parte de mi familia.
Estos polluelos, por cierto, no eran los Pavarotinos (como llamé a los
tres primeros que Pavarotti y ella tuvieron), pues éstos eran bastante
pequeños, mientras que los Pavarotinos estaban ya bastante crecidos,
dado que habían rebasado el año de vida. De ellos, por cierto, sabíamos
muy poco, pues sólo de vez en cuando se acercaban. Y, por supuesto,
sabía que eran ellos porque no me temían.
Creo que nunca me había preguntado de qué manera manifiestan las aves
ciertos estados de ánimo considerando, por ejemplo, a los gatos o a los
perros. En las aves grandes –los loros, por ejemplo--, ciertos momentos
sí son obvios por sus reacciones, pero en aves, pequeñas sobre todo, es
bastante difícil tener alguna idea. Dentro de este tema Pavarotti me
mostró algo muy interesante: Un día, llegó Luciana y, como es normal,
salí y puse fruta en el mismo lugar en el suelo. Bajó y empezó a comer
pero, en ese momento, llegó Pavarotti y, hecho una furia, se dejó ir
contra ella que, aunque no huyó, se alejó bastante mientras Pavarotti
rápidamente comía, al mismo tiempo que me dirigía miradas terribles. No
solo su actitud sino también su mirada me llevaron a concluir que algo
lo había hecho enfurecer. Pero ¿cuál pudo haber sido la razón? Eso,
nunca lo sabré. Esa fue también la primera vez que noté la fuerza de la
mirada en un ave. Recordé entonces los momentos cuando ha llegado él
especialmente contento. Ha habido, por ejemplo, momentos cuando,
después de no vernos durante varias horas, ya no digamos días, si anda
entre los cipreses (que están a la entrada de la propiedad), en cuanto
entro y estaciono el coche, vuela de inmediato al roble frente a la
puerta de la cocina, en donde él sabe que, en unos instantes, lo veré
con la misma alegría, saludándolo con todo tipo de frasecitas y
cancioncitas ridículas, que él acepta subiendo y bajando rápidamente de
una rama a otra, cantando cada vez más fuerte mientras me dirige
miradas de contento. Algunas veces también baja a comer, aunque hay
otras cuando simplemente viene, "dialogamos" un ratito y en seguida
emprende el vuelo sin haberse acercado a la fruta. A los amigos que han
insistido en informarme que Pavarotti viene aquí sólo por la fruta,
siento informarles que, definitivamente, él no viene aquí sólo por esa
razón.
Nuestros “diálogos”, por cierto, son… muy fuera de lo común (por decir
algo). En cuanto al papel de Pavarotti, es la cosa más hermosa como
interpreta sus varias estrofillas. Y, en cuanto a mi: me
convierto en la criatura más ridícula en el planeta Tierra, tratando de
imitarlo. Y aquí está la historia: En cuanto escucho sus cantos --y
cómo los entona--, ya sé que viene a “charlar”. Entonces, salgo de la
cocina y él se posa en la rama doblada del obelisco, con una mirada
simplemente feliz. Continúa con las estrofillas, siempre en espera de
que yo lo imite. Lo cual hago, como decía, de la manera más ridícula,
pero… ¡eso es lo que él quiere! El “diálogo” dura un minuto o dos y,
cuando su mirada torna hacia el lugar en donde pongo la fruta, sé que
terminó el diálogo y entro a la cocina por la fruta. ¡Cuánto me gusta
verlo cantar mientras come! Se diría que eso es imposible pero… ¡es una
hermosa realidad!
Es también muy interesante que en algunas ocasiones disfruta entonando
sus mejores melodías entre las ramas del mango o el níspero. Y he
aprendido que, durante esos momentos no debo interrumpirlo pues, si lo
hago, deja de cantar y se va.
Me encanta recordar este simpatiquísimo detalle: En un momento dado,
John me preguntó por qué tenía que ponerles la fruta en el suelo (en un
determinado lugar que mantengo siempre limpio, eso sí). Pero, "¿por qué
no ver si se acostumbran a algo más decente"?, preguntó. Por supuesto,
yo no me opuse a la idea. Tomó una base metálica para macetas y,
encima, acomodó un plato grande de plástico. El arreglo sí que lucía
lindo, aunque ¿cuál fue la reacción de Pavarotti? Bueno, en cuanto me
anunció que se acercaba, saqué la fruta y puse un poco en "su nuevo
plato". Cuando se posó en la rama del obelisco le mostré su "nuevo
plato", explicándole con dulces palabras que ahí comería. Se quedó
parado, mirándome como preguntándome "¿y eso... qué es"? Luego una y
otra vez dirigió la vista al lugar donde siempre pongo la fruta.
Claramente entendí su mensaje: "¡quiero mi fruta en ese lugar, y no en
esa cosa ridícula, pedazo de tonta!" Por supuesto, en cuanto puse la
fruta en donde él la quería, bajó, y no se dijo más.
En otra ocasión inolvidable, Pavarotti llegó cantando de una manera muy
(¡muy!) rara y, por demás, risible. Estaba yo en la cocina. ¡Ay, Dios
mio! ¿Que le pasa a ese pollo? Me pregunté abriendo sendos ojos. Cuando
me asomé, ¿qué veo? A Pavarotti, posado en la rama del obelisco en
espera de su fruta, cantando con mucha dificultad, y la razón de ello
era que ¡traía una lombriz de buen tamaño colgándole en el pico!
Salí y lo amonesté: “¡Pavarotti! ¿cómo crees que puedes ponerte fruta
en el pico mientras traes semejante bichajo colgando? ¿Te patina el
coco… o qué?”. De todas formas saqué la fruta y la puse en el lugar. Y
lo que siguió fue de verdad cómico: mientras él trataba de tomar un
pedazo de fruta, la lombriz escapaba huyendo con desesperación, pero
Pavarotti, como relámpago, iba tras ella, la agarraba y regresaba por
la fruta y –aunque no lo crean-- casi siempre lograba atrapar algún
trozo. Tras un rato de correteos, atrapando a la lombriz y luego la
fruta, Pavarotti emprendió el vuelo con ambas delicias en el pico
mientras, por supuesto, continuaba con sus intentos de estrofillas de
felicidad.
Varios meses después de la muerte de los dos pequeños, como siempre, en
ocasiones llegaban los dos aunque a veces llegaba solo uno de ellos.
Uno de esos días, cuando llegó Luciana, noté que su pata izquierda
había empezado a tornarse blanquisca. (Igualmente, había ya notado que
el color de su plumaje era cada vez más claro). Con los días, su pata
se puso más blanca. Luego, un día empezó a cojear. Obviamente, me
preocupé muchísimo. Una semana más tarde, se quedó en el níspero todo
el día, y bajó varias veces en busca de fruta. Pensé en preguntar entre
los amigos especialistas en aves pero, obviamente, me tardé, pues por
la mañana salí a esperarla, con su fruta lista, pero nunca llegó. Era
claro que había muerto. Esto sucedió el 18 de agosto (2022). Durante
varios días buscamos su cuerpo por toda la propiedad pero fue en vano.
Aún ahora...¡cuánto la extraño! En cuanto a Pavarotti, no sé si a causa
de sentirse solo, desapareció durante varios días, pero regresó. Volvió
a desaparecer y un mes después llegó con compañía, aunque fue solo en
una ocasión. Estaba ya acostumbrada a verlo solito, cantando entre sus
árboles favoritos, viniendo también en busca de fruta o simplemente a
"dialogar" conmigo. Mientras ha estado sin pareja, esas visitas han
sido frecuentes. Con pareja, viene sólo en busca de fruta – por lo
menos en aquel tiempo – o, también, a cantar entre las ramas de
sus árboles.
A mediados de enero de 2023 Pavarotti llegó acompañado y en esta
ocasión las cosas resultaron bien entre ellos. Le di el nombre de
Bianca, por tener la patita izquierda un poquito blanca lo cual,
obviamente, me preocupó. Me encantó que muy pronto empezó a venir ella
sola en busca de fruta. A Luciana, en cambio, le llevó tiempo confiar
en mi. Como antes mencionaba, cuando Pavarotti tiene pareja, viene solo
en busca de fruta. Ya con Bianca, como su pareja, un día me ofreció una
hermosísima sorpresa: Estaba yo en la cocina y, de pronto, noté que se
movían las hojas de una rama del níspero, en la que en ocasiones se
posan cuando vienen en busca de fruta. Ese día, había salido yo
temprano y regresé a eso de las 3:30 de la tarde. Es decir que no nos
habíamos visto durante varias horas. Salí a ver qué ave estaba
esperando algo en esa rama. Era Pavarotti. En cuanto salí, voló a su
rama favorita en el roble, me dirigió una mirada, cantó unas de sus
tonadillas favoritas y luego luego voló hacia su territorio, atrás de
la propiedad. No, obviamente él no había venido en busca de fruta,
sino... ¿por qué razón? Por supuesto, a mi me gusta pensar que vino a
buscarme porque, como yo a él, me extrañó. Sí, lo repito: entre
Pavarotti y yo existe un lazo muy estrecho y bello que es innegable.
A mediados de marzo, Pavarotti y Bianca decidieron dar los primeros
pasos para hacer llegar una nueva generación. Era hermoso ver a Bianca
volar con ramitas en el pico. Y, en esta ocasión, el lugar del nido no
fue en la parte de atrás de la propiedad --como sucedió la fatal vez
anterior-- sino lejos de ahí, en la rama de un frondoso arbusto pegado
a la finca al lado de nosotros. Nos pareció un poquito raro, dado que
estos vecinos tienen varios perros que, en ocasiones, producen fuertes
ladridos. Decisión curiosa, pero… bueno... A principios de abril los
dos empezaron a llegar por fruta y regresaban al nido con el pico
pleno. Era obvio que los polluelos habían llegado. Como no era nada
claro dónde estaba exactamente el nido, le pedimos a Chuy Moreno venir
a buscarlo. (Él estuvo aquí el miércoles 26). Para alguien con su
experiencia no fue una tarea difícil. Utilizando una grabación con
cantos de mulato, las dos aves pronto aparecieron, siguieron los cantos
de la grabación y Chuy fácilmente ubicó el nido. Los siguió hasta el
lugar y pudo escuchar a los polluelos. El nido, sin embargo, no era
visible. La verdad es que fue una estrategia muy inteligente por parte
de esas aves ya que, de esa manera, ningún intruso podía intentar
lastimarlos. Por otra parte, comentó Chuy, "el hecho de tener cerca a
los perros sería una protección mas". Todo parecía perfecto, pero dos
días después, es decir el viernes por la tarde, los vecinos tuvieron
una fiesta y, la verdad, ni muy ruidosa. Por la mañana, como siempre,
los dos vinieron, comieron y regresaron con fruta al nido. Pero, por la
tarde, ninguno de los dos se presentó. El sábado, Bianca no vino por la
mañana, y Pavarotti llegó y se posó en una rama un poquito alta del
roble, justo a un lado de la cocina, en donde nunca lo había yo visto,
y se puso a hacer cantos muy fuertes. No. No eran cantos de felicidad,
y eso era muy claro para mi: Pavarotti lloraba. Me puse debajo de la
rama, y lloré con él. Definitivamente, algo trágico había sucedido.
(¿Saltaron los polluelos del nido a causa de los ruidos, por ejemplo?).
Por la tarde, como normalmente lo hacen, a eso de 6:30, los dos
vinieron, comieron y se alejaron con fruta en el pico, aunque Bianca la
comió en una rama del níspero y Pavarotti en una rama del mango. Los
días siguientes continuaron de una manera más o menos normal. Y, por
supuesto, me pregunto si en ellos quedan huellas de esas tristes
experiencias. Espero que no, pues el dolor de esas pérdidas queda muy
dentro de una manera indescriptible.
Hace cosa de tres meses, las cosas cambiaron drásticamente en esta
familia de aves: Una mañana, Bianca llegó a una de las típicas ramas
del roble, obviamente enferma. Era el medio día, posiblemente las 2:30.
Tenía las plumas encrespadas y se rascaba incesantemente. "Bianca,
tesoro, ¿qué te pasa?", le dije, acercándome a la rama. Saqué el
platito de fruta y se lo mostré, pero ella continuó ahí,
rascándose y sin moverse del lugar. ¡Ay, ay, ayyy!!, pensé, aunque la
verdad es que no podía hacer nada por ella. Puse la fruta en el lugar
común pero ella no se movió. Momentos después llegó Pavarotti... y esto
sí fue algo muy bello e interesante: Después de unos segundos al lado
de ella, entre estrofillas voló a una pequeña rama del mismo roble, de
donde enseguida vuelan a la rama del obelisco para bajar de ahí a la
fruta. ¡Ella lo siguió y bajó a comer! Con un poco de fruta en el pico
los dos se alejaron. Muy preocupada me pregunté si regresarían más
tarde, como ha sido normal. ¡Nada! Los días pasaron y yo me quedaba
siempre con la fruta preparada que, claro, era devorada por otros
pájaros. La verdad, estas criaturas han formado parte de mi vida, y no
podía ignorarlo. Escuchar el canto de tantos pájaros que se reúnen
entre los árboles a despedirse del día, y no escuchar entre ellos a mi
Pavarotti, era terriblemente triste. ¿Qué habría pasado con ellos...
Bianca, sobre todo?. ¿Los volvería a ver? Estaba acostumbrada a que
Pavarotti, de pronto, se alejaba durante días o semanas. Una semana más
tarde llegó Pavarotti a esa misma rama del roble. ¡Qué alegría enorme
verlo! Lo único raro es que llegó en un total silencio. ¡Pavarotti!
¡Pavarotti! ¡qué alegría verte! ... ¿y Bianca? No terminé mis
preguntas, pues Pavarotti se alejó. Dos días más tarde regresó. Igual:
en total silencio, y sin ganas de comer. (¿Venía quizá sólo por un poco
de compañía?). Al día siguiente, por la mañana, llegó Bianca. Aunque se
veía bien, obviamente estaba nerviosa. Puse la fruta en el lugar y
bajó, pero no comió y, en cambio, se alejó. ¿Qué pasaba? Durante el
día, ninguno de los dos se presentó. El día siguiente, tampoco. Unos
días después vino Pavarotti y, en silencio comió bien y luego se alejó.
Al día siguiente vinieron los dos, y bajaron a comer, como si nunca
hubiera pasado nada y, por la tarde, Pavarotti se volvió a escuchar con
sus bellos cantos en la parte de atrás de la propiedad, aunque nunca se
acercó. ¡Pavarotti! ¡Pavarotti! Lo llamé, pero no hubo respuesta.
Tampoco se acercaba a cantar entre las ramas de los árboles cercanos a
la casa, que habían sido parte de su territorio. Esto sucedió durante
tres días. Era como si, de pronto, Pavarotti... ¿qué?... ¿olvidó que
aquí, en esta casa, había la fruta que tanto había disfrutado durante
estos tres años? ¿y que esta área había formado parte de su territorio
durante todo ese tiempo? Y, ¿qué pasaba con Bianca? Lo que más me
preocupaba era que, últimamente, sus dos patitas se habían tornado por
completo blancas. Durante unos días no supe nada de ellos. Total
silencio. En fin, todo esto es un misterio y, la verdad, no sé si todo
esto tiene relación con el promedio de vida de los mulatos azules. Hace
tiempo, en algún lugar en el internet informaban que es de cuatro años,
aunque un experto en aves nos dijo que "debían ser más”. Y,
considerando todo lo que hemos compartido con ellos durante estos tres
años, creo que cabe bien la duda aunque, claro, yo espero que el
ornitólogo tenga razón. Y al mismo tiempo que me duele enormemente
pensar en las tragedias por las que estas amadas criaturas han tenido
que pasar, de la misma manera viene a mi mente lo que una y otra vez me
mostraron. Una lección que me alegra compartir: no importa lo que se
nos presente en este camino y, por duras que sean las experiencias...
la vida continúa; y, afrontar esos hechos para poder seguir adelante,
está en nuestras manos.
Septiembre 29, 2023
Y, efectivamente, la vida ha continuado: Hace un par de semanas
Pavarotti y Bianca desaparecieron. Después de unos días, Pavarotti
regresó acompañado, aunque no de Bianca. Con todo mi corazón, deseo que
esa relación sea duradera. Por lo pronto, las cosas van bien entre
ellos. Me encanta que ella pronto aprendió a acercarse en busca de
fruta. Decidimos John y yo llamarla Piccolina (aunque de “píccola”
-pequeña- no tiene nada, pues es más grande que Pavarotti, que sigue
siendo muy fino). Y aunque todavía no me tiene confianza, Piccolina de
todas formas ha venido sola y, de hecho, en más de una ocasión bajó a
comer frente a mi. He aprendido también que es obvio que ahora
Pavarotti ya no quiere estar solo. Antes, se alejaba, regresaba, y
duraba tiempo sin compañía. Después de Bianca, ya no es así. Por otra
parte, Pavarotti tampoco es el mismo: divertido, juguetón, cantador.
¡Cómo era hermoso escuchar sus largos conciertos entre las ramas de la
araucaria que se encuentra al lado de la terraza o entre los cipreses,
frente a la casa. ¿Qué... entonces? ¿La edad lo ha vuelto serio y con
ganas de estar siempre acompañado... de quedarse en donde han sido sus
espacios y cantar menos? Puede ser que sí. Pues, de la manera que sea,
estos hermosos e inmensamente amados personajes me han hecho, además
de uno de los regalos más bellos que he recibido de la vida, el
más impresionante en el sentido de que me han compartido muchísimos de
sus momentos más importantes. Y tal vez más notable aún, es el hecho de
que entre Pavarotti y yo ha existido una amistad muy especial. La parte
I de la historia, trajo a mi mente el cuarto movimiento de la novena
sinfonía de Beethoven: La Oda a la Alegría. En ese tiempo, entre esas
aves y su entorno, todo sucedió como en un cuento en donde todo era
hermoso, en donde todo era perfecto. Luego, con el tiempo, la historia
cambió a lo que es la realidad: aunque ahí también encontramos cosas
hermosas, no todo es perfecto, no todo es color y alegría. A nosotros,
los humanos, y –como lo hemos visto-- también a ellos, nos llegan los
momentos indeseables, los momentos de angustia y dolor; los cuales,
para nuestra fortuna, nos llenan de experiencia y sabiduría. Y, a fin
de cuentas, nos llevan a la consciencia de que, después de todo:
¡vale la pena vivir! Esta parte de la historia –al lado de las dos
primeras-- la compararía con la sinfonía completa en donde, aunque hay
allegros, también hay bemoles mayores y menores. Pero..., a fin de
cuentas: ¡terminamos por disfrutar y amar la sinfonía!
Text and Photos © 2023 by John & Susy Pint unless
otherwise indicated.
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